martes, 26 de marzo de 2013

Al desnudo

Desde que sé que la quiso más a ella
intento asumir que mi mundo
fue su mundo durante mucho más tiempo.
Desde que sé que yo le quise más
intento calcular los niveles de nostalgia,
siempre según los terremotos de mi cuerpo,
y es difícil,
la magnitud de esos temblores no los mide ninguna escala Richter.
Ya te he contado la torpeza que ataca a mis piernas
cuando aparece de repente.
Ya sabes eso de que he naufragado a propósito
más de una vez en los mares que tiene por ojos,
y también que quemé mis naves cuando anclé en su piel
porque no tenía intención de volver de allí
a ninguna otra parte.
Sabes que encuentro en sus colmillos cuando sonríe,
una droga,
que consigue que me desespere y corte los finos hilos
que siguen atándome a la cordura,
en el infinito que pasa entre un mordisco y otro.
No lo perdí.
Fue un tren del que me echaron,
pero en vez de coger otro,
yo me quedé esperando en la estación,
por si volvía, aunque solo fuese de paso.
Ahora espero que llegue ese otro,
que me arregle las estaciones
y me salve de esperar trenes que recojan a otras
y se vayan sin mí.

No.
Miento.
Espero sin esperar nada nuevo en realidad,
porque he desaprendido a hacerlo.
No veo nada que no sea azul y
un poco chocolate.
No veo nada que no sea lluvia.
No veo nada que no sea...
todo lo que hubo y ya no hay.
Simplemente no te veo,
porque mi mundo se difumina a su alrededor.
Y me aferro a esa ceguera como si sus manos
fuesen mi braille,
y solo pudiese ver a través de ellas,
y siempre y solo a él.
No existe mayor masoquismo ni estupidez.
Cuanto más me desnudo aquí,
más lo echo de menos.




viernes, 22 de marzo de 2013

Laia

He escrito ya unas cuantas historias
hablando de una vagabunda
que me quita el sueño y come helado de madrugada,
conmigo.
La traigo a casa, la dejo trasnochar
y me trae rumbitas catalanas entre los rizos
con un lolailola, lolailola, lolailo.
Cantándome su acento y dividiendo siempre
su corazón
entre el mar y el león.
Consigue dedicar inviernos a respirar sal y arena
y para el verano reserva rugidos temerarios,
de esos de quedarse sin voz,
para todas y cada una de las verbenas.
Ella es la más caótica de las tormentas
que pueden pasar por tu casa.
Es de esas locas que te sonríen
y contagian.
Baila con más chulería que cualquiera.
Es guapa, vaya que si es guapa,
señores,
la más guapa.
No cumple promesas, es impuntual
despistada, desastre y algo cabezona,
pero leal,
es un desastre
en medio de todo ese torbellino salvaje
que pasa a la vez que ella.
Pero es mi vagabunda favorita,
y cumple años hoy.
Y necesito decirle que la quiero a sus veintiuno
igual que la quería cuando tenía una semana,
y la conocí por primera vez.
La misma ciudad nos vio nacer,
en el mismo mes,
y si no se me hubiese adelantado siete días
como una gata rápida,
podría decirle, hola pequeña, feliz cumple,
pero no,
debo decir, hola grande, feliz cumple leona,
disfruta ahora
que entramos en la década final
la que vale,
la de ser jóvenes eternamente,
la del tiempo de hacer cosas importantes.
Suerte en tu viaje,
suerte surcando los siete mares,
que a ti solo te hacen falta velas de papel
para encontrar en las olas mil velocidades,
suerte enamorando a los cinco continentes,
que no existe país que compita contigo en belleza
por más años que tengan sus edificios
o playas que intenten imitar paraísos,
que no hay edén más bonito que el rato de verte
venir deprisa y sonriendo,
pensándome en un abrazo
ganándome mientras me aprietas con fuerza de gigantes
contra ti,
y te ríes a carcajadas en mi oído,
dejándome sorda de felicidad.
Te echo de menos bella vagabunda.
Que guapa estás.

De cómo decir adiós sin querer despedirse

Y de repente,
no me quedan más que mil preguntas
que parece que ya no voy a poder hacerte
y otras tantas que jamás quise preguntarte
pero les doy la espalda y me la llenan de dudas.
¿Compensa engañarse y tener contento al corazón por un rato?
Si en menos de lo que tarda un beso en suceder
vuelve a presentar batalla una ilusión
que creías moribunda,
y llega, y acojona,
pone las cartas que todavía no has escrito sobre la mesa,
con fuerza, reivindicando a gritos que no va a callar más,
tirándote a la cara el bozal y la voz a la vez.
Casi da tanto miedo que ella aparezca,
como saber que no tiene nada que hacer,
que la guerra lleva años perdida
y que pronto las dos vamos a darnos cuenta.
Ahí es cuando el reloj de tu vida,
cada vez que llega a en punto,
expone por la puertecilla del cuco,
un corazón atravesado
que late por inercia.
También te das cuenta de que no compensa pasar noches en vela
imaginando qué barcos estarán surcando ahora tu parte de mar favorita.
Quién estará mirándole a los ojos,
encontrando en ellos las cuerdas que sujeten su mundo,
justo antes de darle un beso.
Y tal vez descubras
cómo acabar a machetazos con las ganas
mientras ves llover una nube
que parece que llora todo lo que tú no puedes.
Y otra vez esa angustia en la garganta
que no hay quién vomite
y ese jodido punto latente en un pecho que ya ni va ni viene,
que respira de a poquitos por miedo a desgarrarse.
Dime, en qué puto momento me enamoré de ti,
en qué momento me convencí de que ya no lo estaba,
pero sobretodo,
en qué momento decidí obligarme a dejar de quererte.
En qué momento creí que podría añadirle puntos suspensivos a tu historia;
mi historia contigo,
no nuestra
nosotros dejó de existir,
nosotros no somos tú y yo,
porque para mi ya solo estás tú
y yo,
yo no pinto nada en esa vida tuya,
que me apetece secuestrar, todavía,
y llevarla a un parque,
dónde había un tubo que parecía estar allí
para cobijarnos de la lluvia,
que parecía saber que siempre que nos vemos llueve,
estrecho, lo justo para dos,
(ya sabes);
y no vernos acabar nunca.
Pero no se pueden alargar los desamores,
porque un desamor nunca está de paso,
no limpia sus huellas,
y es mucho peor cuando sabes que tú
todavía quieres seguirlas.
Porque un imposible no se hace posible,
aunque sea solo por un rato,
sin consecuencias.
Definitivamente no se puede besar en la boca
al fracaso
porque devuelve besos que podrían competir
con disparos de esos
que no alcanzan órganos vitales,
para que la muerte sea lenta,
y el desengaño, también.
No concibo tortura mayor, te lo juro,
que querer caer en la tentación del infierno que vende esa sonrisa tuya,
y sufrir de repente un ataque de cordura.
Volveré a pedirte perdón
por no ser capaz de olvidar.
No me odies,
no es a malas,
pero desaparece de una puta vez, amor.

sábado, 16 de marzo de 2013

María

Es niña y es rubia como la cerveza,
pelo largo cayendo por toda la espalda
y casi siempre recogido en una trenza.
Igual que la cerveza,
si la besas, embriaga.
Es un sueño que un día tuvo el sol
y que guardó en secreto
hasta el penúltimo día de diciembre
para hacerle un regalo de invierno a la luna.
Nació con un par de cielos en la cara
que el resto de ojos no puede abarcar,
un par de péndulos azules que te encuentras de repente
cuando ella mira hacía arriba
y hacen que se te olvide respirar,
te dejas un poco de vida en ellos
mientras una voz en algún lugar de tu cabeza
se pregunta en qué momento alguien tan pequeño
ha podido robarte todas las palabras.
Es niña y es inocente,
lleva algo de mi misma sangre caliente,
pero a ella le hierve más.
Me recuerda a mí porque yo también fui
(y sigo siendo)
de las inocentes.
De las que se creían que si llovía
era porque los ángeles lloraban o meaban
(y mejor pensar que estaban siempre tristes),
y eso era cierto porque lo dijo mi abuela
y las abuelas nunca mienten.
A ella le hice creer que el jardín de nuestra abuela
estaba lleno de duendes
que no podíamos ver porque eran el plato favorito de los gatos
y vivían escondiéndose.
Pero que si alguna vez cazaba alguno,
sería inmensamente rica.
Le he hecho creer muchas cosas
pero no penséis que pobre niña inocente y mona,
porque sus historias siempre fueron mejores.
Y a mí, llegó a convencerme
de que de verdad había conseguido hacerse con uno de esos duendes.
Una vez me contó,
mientras fumaba un canuto de plástico
(así como hacen los mayores),
que ella sabía como hacer para fumar
y que no se le pusiesen malitos los pulmones
que nadie se había dado cuenta
pero solo había que fumar para afuera,
vamos, soplar.
Después de hacerme jurar que jamás contaría su secreto
me dejó reírme de alguna historia más.
Yo la miraba y la veía soltar mentiras
que me parecían más ciertas
que ninguna otra que se hubiese utilizado
alguna vez para convencer al mundo.
Si alguien quisiera encontrar la verdad
última,
solo tendría que preguntarle a ella.
Ella, que es un imposible hecho realidad.
Parece sobrenatural que en poco más de un metro
pueda caber tanta imaginación,
tanto mundo y tanta historia.
María es princesa de botas de fútbol
y Action Man,
a pesar de lo inocente, le va la aventura
y todo lo temerario.
Cuando suspira soñando con inventar un nuevo juego,
ese aliento es como el aleteo de la mariposa de Asía
que envía un huracán al otro lado del mundo,
se puede sentir como llega la tormenta
a todos los rincones de su casa.
Es imparable, es guapa y sabe ser buena
y mala
según como le salga, convenga o apetezca.
Cualquiera que la haya visto crecer,
jugar, reír, soñar y contar mentiras
un rato
ha sido incapaz de despedirse sin sentirlo.
Y no os cuento ya,
lo que nos ha hecho a aquellos
que la hemos visto cuando duerme.
Es como contemplar un mar en calma
después de haber hundido con olas de metros
todas las naves que se atrevieron a surcarlo.
No sabría describirlo de otra manera.
No sabría contarla mejor.

Sábado

¿Por qué amor? ¿Por qué romperme a mi?
Con lo fácil que era haberme dicho
desde un principio
que no ibas a dejarte enamorar,
que estabas a gusto en tu suelo.
Podías haberme dicho que no iba contigo
volar
por mucho que yo hubiese escogido hacerlo contigo.
Podías haberme dicho que no crees
que haciendo el amor
pueda uno ser inmune a la gravedad.
Que no querías tener un gato conmigo
y que odiabas empaparte los días de lluvia.
Que no ibas a dejarme cambiar tu
absurdo mundo racional,
que no habría desayunos locos por las mañanas
y que ni siquiera sopesabas la idea
de dejarte embaucar
por todo el caos que me acompaña.
Si me lo hubieses dicho desde un principio
tal vez ahora
no estaría tan irracionalmente aferrada
a algo de ti que no existe.
Tal vez ahora
estaría por ahí empapándome con algún otro.
Y tal vez ahora
sabría como hacer
para borrar tu nombre
de mi piel.

martes, 12 de marzo de 2013

Cosas de una noche

¿Oyes eso?
Abre bien las orejas,
a lo mejor así puedes oír todas las veces
que susurro tu nombre por las noches,
y es que así, suspirando las letras que te contienen,
es como firmo yo mi declaración de intenciones,
y no de amor.
Porque tengo la intención
de dejarme querer
todas las noches que quieras
a cambio de que los catorce de febrero
no tengan jamás algo que ver con nosotros,
y te dejes los 'te quiero' en otras camas.
Ni siquiera tienes que quedarte a dormir,
sobran abrazos o cualquier otro tipo de despedidas
en esta historia de noches perdidas,
y no de perdición,
porque ninguno de los dos va a
entregarse en cuerpo y alma,
que no está la cosa como para ir regalando últimos alientos
por ahí.
Cuando te vayas no enciendas la luz
y déjame dormir el día en que voy a desconocerte.
Hay que reconocerte cierto mérito,
Madrid es como contabas,
pero se te olvidó mencionar
que no ibas a quedarte a enseñármela.
Ojalá fuesen ciertas la mitad de las palabras
que te he escrito esta noche,
pero cuando te has ido,
no te he desconocido, no te he omitido,
te has llevado contigo un corazón que late en morse
y me envía mensajes incoherentes sin stops
haciéndome saber que no pretende volver
por irreparable que sea el vacío
o vital que sea su función en mi.
Quenovuelve.
que se queda contigo.
Que me deja morir.





domingo, 10 de marzo de 2013

Cinco vueltas de campana

No sé qué tengo que siempre intentáis
volver
pero nunca os habéis quedado.
Y yo reconozco que no dejo
que se muevan las agujas
del reloj que contó los minutos
que pasé contigo...
pero también te digo que es imposible
ponerlo en hora cada vez que vuelves,
porque nunca sé que hora es.
Voy ciega por el mundo,
eso sí lo sé,
pero para qué quiero poner cara
a esas figuras borrosas
si ninguna tiene tu sonrisa.
Y para qué,
ver sus muecas
si el resto del mundo no está
nunca de acuerdo conmigo.
Yo, que regalo motivos a quién los quiera
a quién los busque
a quién no entienda
por qué cada vez que vuelves estoy
esperándote con la puerta abierta.
Lo cierto es que nadie pregunta,
ni si quiera tú,
que casi no necesitas ni llamar.
Supongo que lo que pasa es que eres un accidente,
un choque
un gran golpe con diabólica puntería,
que pasa de repente
y no hay nada que hacer.
Eres cinco vueltas de campana,
no he sido capaz de recuperarme del mareo
y tú ya vuelves a embestir.
Entonces me doy cuenta de que creía
que te echaba menos de menos
de lo que en realidad te echo de menos.

Con un miedo infinito a la necesidad
de pertenecer a alguien
es como empiezan todas las huidas.
De ti llevo años intentando huir
y lo único que consigo es encontrarte.
O tal vez sea que solo busco
romperme
una y otra y otra vez
y espero, como un cervatillo masoquista
que observa los movimientos de un león,
a ver de que forma atacas esta vez.
Llegas y me deshaces la cama, lo primero,
y cómo voy yo a volver a hacerla
si en todo ese desastre de sábanas
encuentro el orden y la calma
que me falta.
Has roto con tus costumbres,
ahora vuelves para arreglarme el final del invierno
en vez de venir a lloverme otoños
en el mismo momento en que se desviste el primer árbol.
Y yo, de verdad, me lo creo.
Y tengo tanto calor, que me creo capaz
de acabar con cualquier invierno,
y de inventarme infiernos en la cama
para encontrar un final a la altura.
Creerse Lucifer
con esta cara de buena que me dio mi madre
no es muy coherente.
Así que vivo quedándome a medias en todo,
y sintiéndome bien poquita cosa.
Siempre, siempre, siempre pienso
que mis besos te saben a poco.
Con toda la intención que pongo en ellos.
Los estoy perdiendo todos en tu boca,
y no te das cuenta,
pero la verdad es que quiero que me los devuelvas.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Drama

He vivido mi 'después de ti'
incluyéndote hasta en el acento
de después.
Después de ti, tú otra vez.
Y no.
No está bien.
No es así como funciona esto.
No es así como quiero que funcione esto.
Vamos, pequeño amor desenamorado,
tú y yo ya nos hemos encontrado,
y no fue estando perdidos.
Es complicado re-enamorarse
cuando ya hemos gastado el cupón de viajes
de este tren.
Tenemos, además, las vías, las estaciones
los tranvías y el deseo
desgastados.
Y sabes que todo lo hemos agotado bien,
hasta el último aliento,
hasta la última exhalación de ganas.
Tienes que dejar de hablarme de corazones,
tú, que lo único que sabes hacer con ellos es perder-los.
Tú, que jugabas a hacer del mío
una escultura de hielo,
y como un artista insatisfecho con la obra
que no sale exactamente como quiere,
terminabas destruyendo-lo.
Siempre era culpa de la modelo,
pero es que yo nunca he sabido quedarme quieta,
así terminé moviéndome lejos de ti,
la primera vez.
No iba a dejarte hacer arte conmigo.

Recuerda que cuando fijas tus metas en mí,
se te convierten los ojos en nubes,
y llueves.
Deja de llover por mi,
que han dejado de enternecerme los días de lluvia.

No puedo perdonarte todos los martillazos,
ni las veces que me hiciste creer que era de piedra,
ni las veces que, luego, me redujiste a mil cristales;
y ya no quiero prometerte besos
ni medir mi tiempo según los minutos,
horas, días... que tardemos en tocarnos.
No lo sé.
No sé si de verdad no quiero
prometerte todo eso
o si quiero coger otros trenes
que no lleven tu nombre,
o si quiero esperar todos los que vengan,
contigo.
No lo sé.
Perdóname.
Tal vez solo sea que te escribo en un día frío.