miércoles, 25 de diciembre de 2013

Navidad

Mi madre se llama Natividad, de nacer,
pero yo este año la llamo Navidad
porque todo el mundo dice que es feliz. 

Cumple años el 25 de diciembre y el 
mundo se vuelve loco celebrándolo.
Yo sé que siempre es por ella.
Porque se parece a un ángel,
porque es rubia y cayó con dos pedazos de cielo
en los ojos
que miran como si el verdadero cielo estuviese
en los tuyos.
Regaló sus alas, o más bien las cambió, por otras
con las que poder volar de donde estaba
a donde iba mi padre. 
Y a donde va.
Porque sigue su sombra como la luz a 
la estrella cuando es fugaz. 
Mi madre es una mujer valiente,
pero no como los héroes que se juegan la vida
para que el resto del mundo lo vea;
sino valiente, como lo es una mujer
que protege con armas infinitas su vida
que es la de todos los que la rodean.
Sobretodo la de los que tuvimos la suerte
de ser parte de ella y acurrucarnos en su tripa
nueve meses,
que sabían a poco. 

A veces pienso que nuestros corazones
laten a la vez,
que cuando nací
alguien nos salvó a las dos
al mismo tiempo
y empezamos a latir en el mismo minuto.
Y que por eso cuando llamo a casa
no deja que suene el teléfono más de una vez
sabe que soy yo
y su voz es la primera que oigo. 
Nunca sé seguro cuantos cumple
porque la miro y me parece más pequeña que yo
porque la veo una niña que encuentra con sus 
ojos azules de águila imperial
todo lo que yo pierdo,
como si se tratase de un juego que siempre gana
y lo más divertido
fuese reñirme después
por "dejarlo siempre todo por ahí";
aunque yo sé que a ella le encanta. 

Porque tiene esas arrugas que cuentan
que se ha reído un montón toda su vida
y que sigue riéndose fuerte.
Porque todavía se enamora
cada vez que le dice a mi padre que no le soporta.
Y vuelve a mirar cómo cae la nieve,
y vuelve a ser niña,
porque lo es siempre,
pero más cuando nieva
y es su día. 
Cuando vuelvo de Madrid,
nos bajamos del coche
me mira y se le escapa la sonrisa que ha intentado
esconder todo el viaje,
es cuando puedo decir que estoy por fin en casa. 
Es que esos ojos prometen abrazos
y no necesitan jurar que sabrán cuidarte.
Los ojos de mi madre habrían detenido
ejércitos, 
obligando a millones de soldados
con un solo parpadeo,
a volver corriendo a casa
y no jugarse la vida que alguien como ella les regaló.

Porque los ojos de mi madre siendo de invierno
dan calor. 
Un calor que salva y deshace todos los miedos. 
Los ojos de mi madre me miran 
y se ríen a carcajadas
cada vez que le digo que me voy de casa y no volveré más,
porque saben que no es verdad. 
Un corazón no sobrevive lejos
de aquellos que le enseñaron a latir. 

Y el mío,
moriría lejos de ella.


Feliz cumple Nati.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Tragicomedia

No soy todo lo que necesita conocer,
ni de esta ciudad, ni de ninguna otra.

No soy la primera de la lista,
ni la quinta,
no sé si quiera si sigo en ella.
No soy quién le guardará los ocho
de cada mes,
reviviendo en agosto
la primera vez,
y queriendo que sople y desee
cada noviembre.
No soy esa por quién cruzará
países para releer sus manos,
no soy yo
que viajaría a dónde termina la tierra
para rogarle
que sean las mías las únicas
que sepan de sus cosquillas,
y conozcan a fondo la situación
de todos sus lunares,
la forma de sus cicatrices
y qué heridas las abrieron
y cómo son las huellas que le dejaron dentro.
Soy quién sucumbe de rodillas
ante el recuerdo de su boca
cada vez que se ducha
e inventa poemas para olvidar,
suplicando que el agua limpie también
por dentro.
No soy de quién se acuerda cuando
cierra los ojos y necesita ver a alguien.
Quién le jurará que depende de sus días malos,
y sus roces cortos, de la falta de adioses,
y de sus ganas de quedarse al menos un minuto más;
quién podría columpiarse toda la vida sostenida
por sus promesas
y sonreiría tanto que no podría ver al resto del mundo
mirándola perplejo ante la temeridad.

No soy la que llora cada vez que huye,
o cuando se lanza en paracaídas
y busca ralentizar la marcha a tres metros del suelo,
ni la que muere
cada vez que promete vuelos suicidas y da un paso
atrás
mientras una se lanza al vacío.

Soy esa que se ha malacostumbrado a quererle
ahora que me resulta fácil,
y se me ha olvidado cómo conseguía complicarlo antes.
La que no está bien así ni de ninguna otra manera
que no sea resguardada del invierno
oliendo su cuello
y ahogada en su abrazo.

No sabes, amor,
qué tortura no poder besarte cada minuto.
Contar hasta cinco y no oírte,
darme la vuelta y no verte,
buscarte y que juegues, y ganes,
perder y perderte siempre.
Correr, y no saber hacía dónde
porque no sé qué puerta abre tu mundo.

No sabes, amor,
qué impotencia, quedarme en el umbral
desahuciada
sin
casa
sin hogar
sin mi hueco en tu pecho
muerta de frío.
En pleno diciembre.

Sintiendo que me destierran
del cuerpo dónde vine a morir.