lunes, 21 de marzo de 2011

Que tal cielo

Amanece más temprano y ya estamos en primavera, hule a calor y tengo la suerte de escapar de la alergia, se me cruzan los días pasados contigo. Ayer hizo sol, hoy llueve, ha pasado una rápida tormenta, relámpagos y truenos de los que hacen retumbar las paredes del estómago. El cielo se ha vuelto oscuro a media tarde y en estos ratos me da por desempolvar viejas cajas y averiguar que esconden, que escondía yo allí y porqué. Y encuentras cosas, frases, palabras entrelazadas que duelen, que lloran tinta solas.  Versos sin rima escritos por unos dedos de doce añitos, intentando hablar de amor. Un amor puro y joven de los infantiles, de esos que son de verdad, y que se recuerdan en la vida, los recuerda quien los siente y quien los provoca. 
El azar quiso que yo supiera, y supe, y llegaron a mis manos aquellos versos copiados que decían: “Si tengo que morirme que me muera en primavera para poder echar raíces y vivir siempre a tu vera”. Canciones de entonces que hoy siguen poniendo en la radio y que me hacen retroceder en el tiempo cinco años. Imaginar que escucho tu voz al otro lado del teléfono explicándome que conseguía darte fuerzas cada vez que te llamaba, que sufrías y padecías y se te escapaba la esperanza por la garganta en cada llanto después de la quimio, que no querías hablar con nadie y que yo siempre era la excepción, que el día era o normal o horrible hasta que yo llamaba. ¿Cómo digiere eso una niña? Cómo puede. Largas conversaciones sin saber que decir, sin entender ni una palabra de la enfermedad, sin saber si se podrá curar, intuyendo que no te dicen toda la verdad. Leucemia. Desde hace cinco años soy incapaz de oír esa palabra sin que me recorra un escalofrió  el cuerpo desde la punta de la uña del dedo pulgar hasta el último pelo de la nuca.
Hoy te echo de menos, hoy te busco en el recuerdo que escondí en aquella ruta fantasma de mi mente e intento situar las palabras, las imágenes, las sonrisas, los momentos, incluso hasta el último momento de aquel otoño triste y frío en que todos empezamos de cero a crecer.
Intento recordar cuando fue el último momento en que te vi, en que estuve contigo, cuando fue la última llamada, por qué no sabía nada, por qué me sorprendió tanto, por qué me derrumbó el golpe contra el suelo…
También me pregunto  si ahora me veras escribiendo esto desde tu cielo, si algún día vienes a visitarme y compruebas que me acuerdo, que sigues conmigo siempre pase lo que pase. Sobre todo me pregunto qué tal estarás allí, en tu cielo.

jueves, 10 de marzo de 2011

Bonita

Como tantas otras noches no puede dormir, lo tienen hipnotizado unos ojos negros. Se quedó congelado en aquel instante en que sus cinco sentidos evocaban el olor de aquellos rizos, sus detalles, el leve siseo al bailar con el viento, imaginaban su sabor y recordaban su suavidad. Entre sábanas frías se pregunta si la luna velará su sueño. Se la imagina enredando inconscientemente sus dedos entre los largos rizos, o agarrándose al cojín para no dejarlo escapar, la boca entreabierta, y un suspiro en medio de esa respiración agitada de un carácter extrovertido y enérgico. Casi puede contar todas y cada una de las pecas que adornan sus mejillas. Esas mejillas que flanquean  las esquinas de aquella sonrisa tan perfecta. 
Medio dormido se pregunta si algún día volverá a sentir sus labios contra su cuello y el suave mordisco sobre la yugular. Si comerá helado de madrugada con otro o lo hará sola, recordando... Se pregunta si volverá a enseñarle a besar, como todas aquellas veces. Llegados a este punto, con el recuerdo de sus besos, se levanta y sale a la terraza, no puede pasar ese ecuador sin fumar, se apoderan de él los nervios, y un ligero temblor covarde. Luego volverá a la cama, y como todas las noches desde hace tanto, le oiré hablar en sueños, medio gritando su nombre. El de la dueña de aquellos ojos negros.