martes, 24 de enero de 2012

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"Echo de menos los cuellos. Me alisté al ejercito del verano para hacerle la guerra a las bufandas. Ya solo nos quedan 158 días de lucha. Besos en la nariz y apretones de manos son duros aliados contra el frío. Pero aquí no tengo a nadie con quien compartirlos. Te echo de menos. Creo que conseguimos derrotar a la nieve la ultima vez, todavía ni un copito.
Aunque de momento perdemos la batalla, sobretodo porque el enemigo se ha aliado a narices frías y estornudos... pero tenemos tiempo. Tenemos tiempo. Cada vez que perdemos me acuerdo de ti. Y de todas tus victorias en la cama, tú siempre ganabas, aunque no tuvieses ni un puntito de razón.
Seguimos en ello. Confiamos. Parece que hace menos frío.
Y de repente una mañana amanece y todo está blanco. Hasta el cielo es blanco, ¿donde está el naranja? Hace más frío que nunca, y hiela y se resbala el alma. Y tropiezo, como siempre pero más. ¿Te acuerdas de como me sujetabas cada vez? Eran paseos interesantes ¿verdad?
Yo y los inviernos buscábamos el calor queriendo equivocarnos en lo cierto y volver a estar al borde de los precipicios. Al ardor de la adrenalina. Cómo cuando se acercaban tus labios.
Tengo dudas, no sé si desertar de la lucha, porque todo ha cambiado, parece que este manto blanco envuelve el corazón. Te invade la nostalgia y la magia de una ciudad de cuento de nieve. Y disfrutas y empiezas a pensar que no importa el frío, que vale la pena caminar melancólica por las calles milenarias y vetustas.
Dormimos en trincheras de arena con olor a mar. El uniforme es un pantalón corto militar y camiseta blanca de tirantes, estoy a punto de coger una pulmonía. Pero seguimos cabezones contra el frío, no hay dolor. Mis pies no piensan lo mismo. Definitivamente dejo esta guerra absurda, cuando acabe esta carta me pongo una bufanda, un gorro, guantes y botas y huyo rápido a buscarte, espérame en la cama y calienta las sábanas, que dos minutos después de que recibas esta carta estaré dándote un beso.
Te quiero"

Hacía tanto que no escribía un te quiero sin dirección.

Terremoto rubio en el mundo Playmobil

Y el cuento de una luna que por más que brillase no le hacía competencia a los diamantes que rodean dos pupilas que te cuentan la historia del pirata mala pata y un Barba Negra de barba blanca. Del playmobil con el ojo morado que se llevaban en ambulancia y cómo había encontrado vendas mágicas que tardan dos minutos en curar. Del avión que se estrella contra un barco y la historia de amor que surge del accidente.
Un pequeño sueño de muñeca torpe que en lo que te baila su historia se cae una vez por cada coma. Por hacer más entretenida la pausa. Te sumerge en su imaginación y ya te tiene hipnotizada, aunque le prepares la merienda y la deje sobre el primer cajón, te diga que luego se lo acaba y te lo encuentres al día siguiente en el mismo sitio, pan Bimbo duro y jamón seco. Pero se lo dices y se ríe y te manda la regañina al parque donde se olvidan las broncas. Y es que ella sabe que sonríe y deja rastro de corazones compungidos.
Despierta huracanes en la alfombra, y te absorbe y ya no sabes ni donde estás.
Es poco más de medio metro y destaca por encima de todos.
Tiene efecto rebote de encanto que dura por semanas.
Es una trenza rubia que te enreda en su mundo y ni quieres ni puedes escapar, te sube a la torre como la más bella Rapunzel y te quedas viciado a sus historias eternamente. Y no existe centro de rehabilitación ni cura para esa droga de cuento y sonrisa. Es ella solita, con sus nueve primaveras, la que consigue todo eso y más. Y nos vuelve locos y todavía no nos la comemos, pero nos falta poco.
Nuestro pequeño desastre:

viernes, 13 de enero de 2012

Madrugadas

No hospedo más suspiros entre sábanas,
no regalo corazón a gangsters ni canallas.
Ya no me dejo romper,
no siento, pero miento.
No quedan cuentos que creer.
Me contaron las mil y una noches en verso de miel.
Y me bajaron lunas rojas, manchadas de sangre, sangre de espinas de rosa.
Regalo de cobardes.
Camino temblando, no de miedo, no se tiene miedo cuando no se tiene qué perder,
tropiezo, pero no importa, todavía me levanto.
No me voy a romper.
La niebla es densa.
Pero siento que me apuntan desde las sombras.
Te he visto.
Deja de atacarme con esos ojos de mar,
que ya he mandado los aleteos de mariposa a Japón,
y yo aquí solo espero terremotos.
Cambio de número, de casa, de ciudad, de país, de manos, de besos, de nariz y hasta de entrepierna, con tal de que no me busques más.
No hubo jamás invierno tan triste.
Que se mueran Diciembre y Frío y su afán por hacer que todo el mundo camine abrazado.
Que mueran entre esos guantes que no me dan la mano.
Que sufran, si me reservan las estalactitas de la nariz solo para mí.
Sin opción de besos calientes a la vuelta de ninguna esquina.
Sin remedio de café, que cure la helada que tengo por dentro.
Voy a condenar a este Enero al rincón de los inviernos feos que dolieron.
Castigado por no sepultar con nieve los recuerdos.
Se echa de menos:
Hacerme inmortal luchando entre colchones,
con uno no bastaba.
Y perder las sábanas, la cordura y el tiempo.
Pero sé que te voy a olvidar en alguna esquina de la ciudad.
Huirás.
Madrid me va a enseñar a contar tu historia empezando por el final.
Y tú huirás.
Como todos los cobardes.




Tú, anti-adictos al riesgo.
Y yo, una yonki de la adrenalina de las caídas y de los precipicios.

lunes, 2 de enero de 2012

Despedidas amargas y bienvenidas que no llegan.

Odio a los enamorados, y no quiero evitarlo.
Odio Diciembre y su frío que invita a caminar pegados.
Odio este invierno sin nieve que me está matando.
No tengo a nadie a quien decirle "yo aquí odiando todo, y tú ya no estás"
porque no hay nadie que debiera estar. Nadie que se merezca la dirección de un sobre con mis letras.
Ni que merezca una vida de recuerdos dejada atrás.
Ya no consuela ni el sexo sin amor. Ni el recuerdo de aquel "hacer el amor" que en realidad era solo sexo.
Ya no consuela pensar cómo creía que te engañaba cuando me acostaba en tu cama. Cómo creía que controlaba la sensación de tu olor. Ya no consuela nada.
Todo el mundo se despide de un año que se va, de un año más de vida.
Nunca empecé tan mal desde la primera mañana. Y echo de menos la nieve y el frío y mi cuerpo ardiendo de fiebre al rozarte. La lluvia mojándome los labios y el pelo, acariciándome mejor que tú y con más cuidado y dedicación, como para no romper piel de porcelana.
Echo de menos aquella cosa indefinida que corría de arriba a abajo por mi tripa y me hacía creer que si mantenía la sensación me haría inmortal. Valiente e inmortal. Para recordarte aquella vez que comenzaste a creer que nada podría destruirte, destruirnos.
Sin embargo, no fue tan duro comprobar que esa sensación es tan corta como lo eran tus besos.
Tenías breve encanto.
Fuiste breve, pero intenso, como todas las mentiras.
Tan falsamente cierto todo tú como mis "te quiero". Tan dolorosamente imperfecto y distinto. Tan repentinamente cruel y cínico.
Y gracias a dios, fuiste.
Aunque siga sin poder terminar un texto no hablando de ti.