lunes, 26 de diciembre de 2011

De despecho y desgaste

Si la miras a los ojos oyes el chirrido de los cristales que lleva en el corazón y gritan al rozarse. Camina reprimiendo los suspiros que le provocan las calles, y tiene prohibido pasear de noche, para no irse definitivamente al otro lado de la locura. Tanta farola, invierno, frío, diciembre y gente que se junta buscando calor, convertidos en mil proyectiles directos al corazón. Y el médico recetó reposo y nada de emociones fuertes.
Hay ojos que la buscan, pero ella se ha olvidado de como eran las miradas de interés, ha aumentado su miopía, y ya solo ve sombras indiferentes cuando pasea. Camina sin salirse del limbo de su mundo, pisando solo las líneas donde se unen los adoquines. Recordando cuando su espalda era el mejor papel para las letras de él y como deslizaba rotuladores por su piel, terminaba el trabajo con un beso y la dejaba dormir boca abajo toda la noche. Contra la almohada, mientras él repasaba con los dedos cada letra consiguiendo que leyese en sueños a través del roce de sus manos. Maldice su estúpida memoria selectiva e intenta huir de momentos de cama y conversaciones post-mordiscos en esas meriendas de besos que no dejan de perseguirla como las hormigas que disfrutan corriendo por su escritorio. Ya no evita las gotas de sal que caen de sus ojos, porque ya nadie le dice: "No vayas a llorar, no se te deshagan esos ojos verdes."
Nuestro pequeño desastre, un día, empezó a caminar en espiral, y consiguió hacer nevar.
Decidió vivir en Roma y seguir creyendo en los besos en la nariz que se dan tanto en invierno.
Solía pensar que la habían vencido cuando la rompían, pero nadie te derrota con mentiras. Nadie que dice que muere de amor por ti y al mes siguiente ya no, puede romperla más veces.
Ya nadie puede atarla a los postes de ningún puerto. Ya nadie va a quererla de la misma manera que ella quiere. Ya nadie conseguirá ser jamás tan sensible a la luz de las farolas, ni deshacerse con sus lágrimas para que no se note que llora. Ya no habrá nunca nadie que se parezca al bombón de nata y fresa de nuestra historia.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Tiembla

Había sido mil y una noches de cuentos entre sus sábanas, desengaño en su entrecejo y un analgésico para olvidar otros labios. Fue fraude para sus manos que buscaban siempre acariciar más hondo cuando sabía que no le iba a permitir llegar nunca a su rincón secreto del fondo a la derecha. Fue variante enloquecida de sus visitas, puso del revés su mundo y todas sus historias por contar. Fue beso donde faltaban palabras que ambos echaban de más, y fue permiso de vuelo hasta sus pestañas en primera línea de mar. En aquel crucero que surcaba mares encarcelados en un par de iris.
Jugaba con sus detalles así como él jugaba con las llaves que abrían las catorce puertas de su órgano vital. También le prestó los frasquitos de cristal que necesitaba para encogerse y entrar. Acomodó un apartamento de cuatro paredes en una bohardilla escondida en la cuarta esquina del Madrid que fue escenario de todas las fantasías que se hospedaban en sus ventrículos. Lo lleno de cojines de colores y un colchón con sábanas verdes donde dormían siempre juntos. Algunas lámparas naranjas y una cocina con tazas de café y cacharros viejos. Fundió el verde de sus ojos con la luz de los flexos y los dejó en un simple marrón cálido que pudiese arroparle en Diciembre mientras ella estudiaba el segundo de movimiento de su pecho al respirar. Convirtió aquel Diciembre en un sueño romántico de viajes en el tiempo a sus épocas favoritas.
Sirvió para comer adverbios en varios idiomas, como el "am liebsten" alemán, para dejar claras sus preferencias por él, saboreando su pronunciación desde la raíz que tiene tanto que ver con el amor. Llegaba la hora del postre y ella tenía antojo de fondue de sus lunares, pero ya se habían vuelto inalcanzables. Estaban tan lejos de las yemas de sus dedos que casi no podía imaginarlos. Se escapó de la bohardilla de la esquina cuarta del Madrid fantástico de sus ventrículos, y los cojines, lámparas, tazas de café y el colchón de sábanas verdes donde ya solo dormiría ella. Que volvió a colgar el cartel de cerrado por obras en las catorce puertas carcomidas de su corazón, que ya no cerraban bien y decidió mandar por correo certificado todas las sensaciones que provocaron sus besos, sin remite y a algún rincón perdido bien al norte.
Siempre que escribía acababa con un adiós sin punto, inundando de final todavía más el significado de esas cinco letras, derrochando fuerza y tinta en la tilde, y firmaba: "tu utopía efímera que sigue temblando".

domingo, 4 de diciembre de 2011

Estúpida

Me dejo romper cien mil veces y sin tener a nadie que me recoja los cachos. Sé cual va a ser mi final y lo peor es que lo deseo casi con lujuria. Estoy en una habitación fea, sucia, oscura, una copa de cristal francés rota en mil pedazos al lado de mi brazo, la cama desecha, sábanas revueltas, y yo tirada en el suelo, recordando... él acaba de salir por la puerta, después de llegar al extasis me he quedado tirada observando como se vestía, se levantaba y se iba para siempre sin una despedida, sin decir nada, pero asegurándome con la mirada que no quedaban puntos suspensivos a la frase resumen de nuestra historia: "dimos un paseo por el borde del precipicio, tú conservaste tus alas, yo caí al vacío". Y yo acostada en el suelo, siendo incapaz de dibujar ninguna expresión en la cara, dejando que llueva dentro de mis ojos, empapándome las mejillas que se constipan, giro y veo los cristales, el vino derramado en la alfombra cochambre de un motel de carretera, recojo un cristal y pienso que pasaría si ya no fuese vino lo que se derramara, unas gotitas de algo más denso en la alfombra no se iban a notar... no hay dolor, no hay amor cuando no se siente, no hay odio... solo muerte. Dejo de ahogarme en el anhelo de un sueño que existió solo para mi. Me mareo y me duermo y sueño con aquella vez que pensé que algo crecía dentro de mi y tú ya te habías ido, y quise llamarte basura, inmaduro, egoísta y todas las verdades que eres y yo no veía. Y sueño con una vida que aún dudo.
Despierto con un cristal en la mano y tengo miedo. Me asusto y me voy corriendo y solo pienso en que alguien tendrá que limpiar todo aquello... y que tal vez esa persona pudo haber encontrado algo más, aquella noche de invierno, que cambiaría para siempre su Diciembre, un Diciembre, seguramente, mucho más romántico que el mío. En la calle un frío que paraliza me da la bienvenida y me dice que si quiero él me abraza, que no necesito el calor de los besos, que puedo bailar con su viento. Pero yo ya no me conformo con nada. Empieza a llover y yo empiezo a desnudarme. Da igual todo, estoy borracha de pena y drogada de engaño y desamor. Amanezco y todo es blanco, pienso que las pastillas rosas siguen haciendo efecto, parece que vuelo en una nube, pero se han ido los unicornios, ahora veo cables, una desilusión más, solo es un hospital. Hipotermia. Era de esperar. Me encontró desnuda bajo la lluvia un ángel de blanco que me lo cuenta todo con una boca que nada tiene que envidiar a la que le esculpió Miguel Angel a David... me mira con unos ojos que hipnotizan y quiere entenderme, pero yo ya no sé hablar. Me incorporo, le beso suavemente, pierdo el equilibrio y parece que me voy a desplomar de nuevo sobre la camilla, pero no permito que mi cara se separe demasiado de esa maravilla de rostro, me sujeto a sus orejas, lo acaricio y aumento la intensidad de un beso de los míos. Mi forma de dar las gracias. Y al fin, vuelvo a dejarme caer en brazos de Morfeo. Una ventanita se está abriendo y parece que ventila las paredes de un ventrículo que olía a humo, sudor, alcohol y sueños rotos.
Esto es lo que yo entiendo por "soñar en frío".