Seguia pensando en aquella chica de ojos negros, en sus dedos sujetando los pitillos, en sus labios dando cada calada, en su melena rizada ondeando con la suave brisa del mediterráneo, en el embriagador olor de ese pelo y el perfume de su piel, y lo guapa que estaba paseando a su lado por aquellas calles de Sans.
Paseos para recordar, momentos imposibles de llegar a aquel lugar donde dicen que habita el olvido. Magia desprendida en su caminar, sin mirar atrás. Alegría, es lo que soltaban los poros de su piel a bocajarro como insultantes para todo aquel amargado que no estuviese disfrutando del momento con su paseo.
Cualquier tipo de sentimiento rancio que guardase su alma desaparecía estando con ella, con su animada sonrisa, con su felicidad contagiosa.
Haciendo posibles cada una de sus locuras sin pensar en nada más, en las consecuencias, y demás.
Simplemente sin pensar. Y recordarla así, recostada en el suelo de la calle, frío y sucio, dejando que la gente la mire sin entenderla, pero a ella le da igual, no es importante lo que a cualquiera pueda rondarle por la cabeza tras contemplar esa imagen, solo es importante lo que él está pensando, y él la ve más bella, interesante, desconocida, inalcanzable, seductora y deseable que nunca. Como un sueño, el sueño de su existencia. Pues eso, que el pobre era incapaz de dejar de pensar en esa belleza catalana que no hacía mucho le había robado el corazón, y se lo tenía escondido y preso manteniendo intacto su frío sueño.
Cómo sólo ella sabe conseguir que hablen de ella, con palabras que fluyen a bobotones, como sangre, de un corazón enamorado.