viernes, 28 de noviembre de 2014

Elvira

Hemos sido dos
personas
entrelazando manos, pelo, corazón, tiempo y vida
soñando con los ojos abiertos,
conquistando un sofá con banderas de colores.

-Hubo alguien
que compartiendo mis días
los hizo suyos-.

Una ciudad entera se convirtió en nuestra huida,
o la hicimos así nosotras.
Digamos que se llamó Madrid,
y nos conoció en pleno despertar.
Yo huía del refugio de otra derrota,
de un mar en el que me empeñé en ahogarme
para olvidar el otoño más frío del mundo.
Ella, del primer y único amor,
de la obsesión del desengaño,
de la tristeza perpetua de los que amanecen
sabiendo demasiado de querer sin mesura.  

Nos hicimos un hueco entre nuestros escudos.
Paramos el mundo y nos regalamos tiempo.
Cada vez que me dispararon
allí estaba ella para recoger los restos.
Caminamos siguiendo la dirección
que llevaba la otra
y ninguna sabía cual era el rumbo.

Improvisamos.

Hemos sobrevivido;
a pesar de que su sangre no administra bien
tanta dulzura,
a pesar de que su pequeño corazón no puede
evitar acelerarse
cuando lo invade de emociones tan grandes
y la avisa componiendo melodías arrítmicas
-porque la música le ha incitado siempre a suicidar su tristeza-.
Sobrevivimos, a pesar de mí,
que no sé lidiar con los momentos
en que parece que se rompe;
mi chica triste
desbordada de felicidad.

Ella sola podría hacernos alcanzar la inmortalidad en una frase,
como ya hizo Cernuda;
yo también existo porque estaba escrito
que ella sería mi casa y viceversa.
-Si muero sin vivir siempre contigo no muero,
porque no vivo.-
Ella justifica mis poemas favoritos.

No puede saber a qué sabe la miel
y sin embargo la ha probado en todos sus éxitos.
Por eso el frío del invierno respeta sus pulmones.
Por eso respira como nadie las emociones
y expira palabras
que siempre calaron en mis tormentas.

Ella escribió que la distancia más grande
entre dos personas es un sueño imposible,
y así no hay quién pueda
sentirse lejos.

Podría definirnos de muchas maneras,
quizá
hayamos sido el cruce de dos historias;
cuatro ojos que parpadearon al mismo tiempo
y se miraron
y se vieron en la misma cosa,
dos latidos unísonos
que se entrelazaron un segundo cualquiera
y fueron familia.

Quizá,
hayamos sido dos ciudades en ruinas,
que se reconstruían a la vez
para ser capitales
de un mismo país. 

Ella nos descubrió las maneras
y desde entonces compartimos café descafeinado
y cafuné.
Descubrimos juntas la pleamar
en el sur.
Soñamos con hablar portugués
y el idioma la bautizó saudade.
Creímos con fervor en todo
lo que no existía,
y lo convertimos en verdad.
Nos confiamos nuestro lado más oscuro,
y conociéndonos realmente humanas
firmamos un pacto de sangre sobre nuestros defectos.

Yo creo en ella,

la he soñado con los ojos abiertos

y eso hemos sido

un sueño cumplido
y
una distancia imposible.


Dos personas,
la una en manos de la otra, sosteniéndonos la vida.




martes, 4 de noviembre de 2014

M

Es morena
y tiene unos ojos de final
que proyectan sabor a perdición
en los labios de los demás.
Sus preguntas son simples
pero no sencillas, como deberían.
Su angustia me revive la
nostalgia
de una rutina perdida.
Y cada vez que su historia 
me habla de puñales a su espalda
cuento uno más también en la mía.
Es valiente,
quiere contra todo y a pesar de todos,
camina con el brillo que descubre
a los que miran al mundo de frente
y pasean por encima del miedo.
Identifico mis pasos en su camino
a pesar de que traté de borrar
las huellas,
y ella nunca intentó seguirme.

Teme terminar en mi locura
conmigo
y no la culpo.

Sabe
que yo ahora me desconozco.
Que me busco y no quiero
encontrarme
por miedo
a ser mi propia ausencia.

El miedo estos días
puede con todo.

Notamos las cosquillas del vértigo
y nos gustó.
Apostamos por querer
aunque significase jugarse el cuello,
y nos gustó.

Todavía
no sabemos
cómo arrepentirnos.

Yo he caído.
Así que ahora
simplemente
confío en ella.

En que no se suelte de la cuerda.

Solo espero,
que ella no se suelte.

Que sea mi funambulista imbatible.

Y mantenga el equilibrio
hasta el final.

Que llegue
entera
a dónde yo no pude,
y me cuente que lo que esperaba
al otro lado
valía más la pena.

Todavía
confío
en ella.

En sus ojos de final;
los únicos capaces de encontrar
el mejor principio.