Han pasado muchos silencios
y mil ochocientos veinticinco días,
y mil ochocientos veinticinco días,
tú, repitiendo una y otra vez que seguías
aquí.
Y yo, convencida de que siempre quise que desparecieras.
Pero ya ves, lo he conseguido, y ahora me siento más sola que nunca.
Y es mejor,
estoy bien.
"Las promesas son seres cobardes que posponen
mentiras futuras."
Y el momento de elegir, es ese en el que todas
gritan
o se callan.
Tú escoges prometer
y escoges mentir.
Hemos sido idiotas y demasiadas cosas más.
Hemos sido
dos, en una habitación llena de gente,
cada uno pegado a la pared contraría.
He sido quien empujaba a todo el mundo para alcanzarte
mientras tú empezabas a
salir por la puerta.
Has sido la huida más reabierta de cualquier pecho en la
historia de los desengaños,
y ahora que parece que dejas cicatriz,
perpetua, huella inmortal,
te tengo más miedo que nunca.
Hemos sido todo eso,
y nosotros mismos escogimos serlo.
Nos sobraron guerras pero no
libramos ni una sola batalla.
Si algo quedó claro es que no pretendíamos hacer
historia.
Fuimos como dos ejércitos de cobardes,
que corriendo en dirección
contraria al otro
terminamos encontrándonos en un punto muerto de alguna
carretera comarcal,
y la colisión desplazó a uno de los dos,
a mí,
a muchos
metros de allí.
Nos equivocamos de estrategia, y aún así la tuya fue mejor.
Has ganado amor, lo has hecho muy bien.
Un tocado y
hundido a la primera,
y no habría podido imaginar mejor golpe de gracia
que volver a hacerlo obligándome a repetir mis propios fallos.
Ganaste, y perdí, y ambos escogimos cómo hacerlo.
"Ya no se ríe como una adolescente"
es verdad, y sonrío
menos,
pero también lloro menos,
ensayo
gestos indiferentes frente al espejo y
las muecas de dolor se dibujan en mi
cara solo en sueños,
cuando sueño contigo;
y sueño que te grito que te quiero mientras rompes no sé qué,
que hace el ruido de millones de cristales,
rozándose;
que hace el ruido de millones de cristales,
rozándose;
que no me riegas las plantas y ellas te esperan mustias como yo,
hasta que vuelves a ahogarlas;
que tiras las llaves
de todas las habitaciones donde hicimos el amor,
incluso de aquellas que jamás
se abrieron con llave,
para que las encuentre algún desconocido que entre a robar
todo lo que no nos queda.
Sueño
también que me vuelvo loca de tanto escribirte,
que me abandonas en una isla
desierta
y yo dedico todo mi tiempo a buscar la manera de meter
cien cartas en una botella verde,
donde no
caben,
para dar de beber miles de palabras a un mar que jamás te las hará
llegar.
Soñé todo eso,
y no escogí hacerlo.
Ahora, soy menos que nada.
Y me he quedado seca,
como esa playa que espera sin agua, en calma y en silencio a que llegue el tsunami.
Y no escoge hacerlo.
Son demasiados preludios de tormenta, y
muy pocos prólogos a historias de amor.
Todo mi caos se ha convertido ya en una verdadera catástrofe.
Tal vez por eso, una vez,
en un lugar muy
lejos de aquí,
alguien decidió ponerle mi nombre a una tormenta tropical.
Como si
supiese todo lo que terminaría por pasar,
como si supiese que después de ti,
la
única opción que quedaba era arrasar con mi propio mundo.
Me he jurado no
volver a besarte y no lo haré.
Pero
anoche soñé otra vez contigo,
y creo
que voy a quererte toda mi vida.
Porque entre todas las opciones,
mi vida,
sin consultarme,
te escoge siempre a ti.