lunes, 10 de marzo de 2014

Desastrosa desazón

He buscado desesperadamente
durante mucho tiempo
algún color nuevo
entre todos esos donde cae la luz.
He buscado una sonrisa,
una mirada,
un párpado,
una pupila dilatada,
una pestaña,
un algo que me derrotase de esta manera
en que me veo ahora derrotada.
Me pasa una cosa,
y es que con un 'guapa' me deshago.
Puedo jurarme que soy fuerte.
Puedo creerme mujer piedra,
que escoge cuándo llora y cuándo no,
que ríe todo lo que puede,
que dice que no siente por nadie
igual que nadie siente por ella.
Sin embargo yo sí siento
y puedo esconderselo al resto pero eso no lo esconde
de mí.
He perdido y me vibran las manos.
La sangre me hace espinas y al contrario no.
Tampoco encuentro los pétalos que guardé en mis libros
y eso es lo que al final me está matando.
Ahora toca sobrevenir y sobrevivir.
Me pido soñar primero,
porque noto en las yemas de los dedos que me lo debo.
Y amanezco con la sensación de que podría cumplirme.
Sin embargo me he encerrado y condenado,
-Señor juez, yo seré mi verdugo-.
Que a esta condena le añade demasiados años el miedo.
Miedo a los adioses irreversibles que me abofetean desde tus manos,
y que quiero cerca, cuanto más lejos peor.
Yo sola me ato,
me ato y no sé si amante o si suicida,
si soy víctima de ti o de un síndrome de Estocolmo.
Lo que parece es que algo en mí no quería dejar de jugar a destruirnos.
No sé por qué..
pero es que he empezado a sentir cosquillas cuando
otro nombre se me esconde en la garganta.
Y eso no es bueno. Como yo.
Las niñas buenas no hablan de orgasmos.
No nadan desnudas para que el agua resucite su piel
y acaricie sus ganas.
No bailan poseídas, dibujando curvas,
levantando los brazos, y subiéndose la falda.
No anhelan con los labios ni enseñan ese lado
sucio de su corazón que a ti tanto te gusta.
Alguien hizo de mí un desastre.
Han escondido un alma que no encaja
en un cuerpo demasiado acostumbrado a obedecer.
Y ahora resulta que soy una cobarde.

Tú,
que me salvaste de ti cuando no necesitaba
que me salvaran de nada.
Tú,
que me lloraste y no quisiste resucitar hasta no verme
desear volver a matarte.
Tú,
que ya no me esperas y todavía no lo sabes.
Tú,
que has encontrado a otras que te gustan más que yo
y me guardas sin querer reconocerlo
como premio de consolación.
Tú,
que me sigues rompiendo,
hoy pareces otro.

Pareces otro amor,
y puede que esta vez de verdad lo seas.
O que mi amor, sea otro.

lunes, 3 de marzo de 2014

Cuento para David

Debes saber, pequeño héroe,
que hay un montón de gente en el mundo que ya no se ríe,
algunos se sienten estúpidos cuando ven en el espejo sus
comisuras tan hacía arriba, el reflejo de sus dientes blancos,
o escuchan brotar de su garganta una brisa airada
que intentó en algún momento parecerse a una carcajada.
Asustados.
Como si quitándose el disfraz de estatua gris un minuto,
millones de ojos fuesen testigos de su desnudez.
Otros ven esa línea muerta que es su boca
y piensan en costumbre, rutina, tranquilidad y se convencen
de que todo está bien. Que ser feliz no es lo importante,
que lo que manda es esa cosa tan fea que llaman "estabilidad".
Dicen que solo eres fiel a ti mismo cuando eres niño o adolescente,
que crecer es negarse una y otra vez.
Mi vida,
este mundo está lleno de adultos que jamás te entenderán,
porque tú siempre respondes 'sí' enseñando los dientes.

Pero hoy ellos no importan,
este cuento titula con tu nombre.
Tu nombre de rey, de héroe,
que no necesita capa,
ni honda,
ni saber volar,
ni arma,
ni más poder que un amor desbordante,
para demostrar que puede salvar vidas.

Tú, podrías enseñar a toda esa gente muerta en vida
a descubrir un mundo único e infinitamente inmenso
escondido en un beso en tu mejilla.
A volar con cada caricia.
A encontrar carcajadas al mismo tiempo en la risa
y en la tos de otros.
A ser feliz con nada y con tan poco.

Hoy te he visto serio por primera vez,
tu habitación es la número diez,
y andas pendiente de la voz de tu madre
desde la cama,
ella habla de cosas que no entiendo ni yo.
Tienes las heridas de luchar contra la vida,
por y para ella,
abiertas.
Mientras esperamos con paciencia a verlas
cicatrizar no puedo dejar de pensar
que me alucina lo fuerte que eres
y que siendo tan pequeño
puedas parecer a ojos de quién te mira un Goliat.

Sonríes a la vida.
Le gritas que estás y que no necesitas
que lo entiendan, que no piensas irte,
y todo eso sin pronunciarte en palabras.
La miras, con los ojos bien abiertos,
ojos de río que hacen que aquel que cae en ellos
se pierda en el mar
junto a todo lo que arrastran sus corrientes,
y ese azul tipo viento que parece que te hará volar,
con las pestañas sabor nube, suaves.
Quién va a atreverse a decirte que no.
Quién va a atreverse a negarte nada.
No hay desafío, y sin embargo
tienes la guerra ganada.
Eres increíblemente pequeño.
Pequeño como el suspiro de cansancio de tu madre.
Imperceptible a cualquier oído.
Pequeño como el detalle que gobierna
tu mundo.
Pequeño y a la vez tan grande.
Muchos vamos en órbita a tu alrededor,
y ninguno comprende del todo cómo puede
ser ese mundo tuyo.
Pero tú ensanchas el nuestro y por ti muchos somos capaces
de regalar la piel,
exponer el corazón
o firmar a tu favor y delegar todos los síes
en tus manos.

No vas a crecer como el resto,
no serás un adulto que se niegue a sí mismo,
nunca.
Vas a ser un Peter Pan, volando a la estrella
más brillante y dejando rastro de polvo de risa
de hada que revive y baila a tu ritmo,
a tu lado,
cuidándote.
Como tantas otras manos,
como las mías.
Que entienden acariciarte como una cuestión
de media vida
que jugarse a todo o nada
que cambiar a la primera.
Mis manos, que buscan acunar tus cicatrices,
abofetear a la vida en tu nombre,
y no dejar que te robe
aquello que te define:
una alegría inmensa
que derrota,
que destroza,
que resucita.