lunes, 20 de febrero de 2012

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Una vez prometí que iba a querer hasta que se me parasen los pulsos, creyendo en la imposibilidad de que ciertas cosas sucedan, como hacer un beso eterno por el simple hecho de fotografiarlo, o que de dos mosquitos atrapados en el ámbar se pueda extraer de verdad adn, pero sí, hay cosas imposibles que pasan. Y a mí se me pararon los pulsos, y quedé suspendida en un limbo de frustración y pesar y dramadicción. Me iban envenenando los besos regalados, despegando la piel de los labios. Me desaté en un frenesí sin limites cuando volviste, pensando en aprovecharte al máximo y exprimirte hasta la ultima gota o la última palabra bonita que tuvieses para mí. Confiando absurdamente en que tal vez quedase algo de aquella persona a la que yo le prometí que, si el pulso seguía bailandome en el cuello y las muñecas al son de los latidos, seguiría queriendo de la misma manera. Pero dime, ¿qué valor tienen las promesas hechas a alguien que ya no existe? Cuando desapareciste se rompieron también todos los hilos que formaban los tapices de colores brillantes que tejí para ti en Times New Roman y de los que te hacía lecturas suspiradas. Y mejor, teniendo en cuenta que quererte fue lo peor que pude hacer, porque nunca supe hacerlo.
Después de aquello me metí en sueños de bulevares y me creí mujer fatal, me descontrolé y me perdí, y fui de corazón en corazón dejando el mío por el camino sin rastro de migas de pan. Y convirtiéndome a la vez en esa nube larga que queda al paso de los aviones en el cielo, y que solo ven los que están abajo, muy muy abajo.
Cometiendo excesos, y exigiendo gangsters pero conformándome con pobres espanta-pájaros que buscaban también su miedo. Y cuando no, me lanzaba desde lo alto de cascadas a vacíos sin agua, imitando a una Pocahontas imprudente que no hacía caso a consejos de Sauce. Me regodeé en amarguras intentando taparlas con montañas de azúcar y dando mil mordiscos a manzanas prohibidas. Siguiendo los pasos de Eva y engañando Adanes.
Con una especie de mueca por sonrisa y sin boca de fresa, me dedicaban la canción de 'Princesa' por lo de la camisa sucia e ir cambiando de perro ladrador. Mi vida se convirtió en una comedia en blanco y negro con bombines y bigotes a lo Chaplin y carcajadas silenciosas.
Ya nadie me sigue en los viajes. Ni se esconde en las esquinas de mi calle a verme entrar en el portal.
Y entiendo las mil razones de la nueva yo, dejando pasar los trenes fantasma que me invento traqueteando vías muertas.
Pero intento tratarme y voy inyectándome en vena dosis diarias de cosas bonitas, y no me va mal. Es tan fácil enamorarse en Madrid. Aunque a veces Madrid sea un desierto de asfalto.
Supongo que todos nos sentimos alguna vez como en un desierto, con distintos tipos de sed y hambre y distintos tipos de soledad.
La vida es muy triste sin cosquillas. Y para la gente que las tiene escondidas como yo, todavía más. Sobretodo cuando nadie quiere aprenderte y tú te estudias a fondo a la primera persona que te inquieta y se te antoja interesante. Vives buscando especies a estudiar. Y con ese miedo de no dejarte emocionar demasiado, porque una pequeña taquicardia puede explotar un corazón pequeño, o hacer astillas un corazón helado. Helado de frío. Porque algunos se han llevado su calor. Y solo nos queda decir adiós. Con el dedo corazón y un buen corte de mangas. O hasta luego, con los labios húmedos y cierto sabor amargo a beso robado.

sábado, 11 de febrero de 2012

'Tú eres la razón de mi existencia'

Construyendo diques a tus glándulas lacrimogenas, no te vas a salvar.
Algún día se desatarán oleajes de dolor, y a saber a quien alcanzan.
Mil y un tsunamis entre tus pestañas que llegan al borde y vuelven atrás. 
Sigues buscando a alguien que te dé vueltas en el aire durante paseos poco tranquilos. Tal vez pongas carteles con un "wanted", de se busca y de querer.
Tal vez empapeles todo el Retiro. Y aún así no te salvarás.
No te salvará huir del invierno a lugares donde te roce el sol. Porque el sol ya no te toca.
Tienes pesadillas que brillan de angustia, donde te asfixias en abrazos de bufandas que cogen forma de piel de serpiente. Te sepultan en arcilla y esculpen contigo dentro un cuerpo más bonito, una persona más interesante, alguien mejor y más fácil de querer. Rompen a mordiscos tus sueños de cartón piedra. Y nadie te salva.
Escondes el corazón en vasos, y rebosa de amor. Pero a tus cartas se les borró la dirección, y no volverás a escribirles remite por vergüenza.
Te cuesta respirar en los paseos nocturnos por Madrid. Porque las luces de las farolas te sobrecogen.
Estás vacía como las piscinas en invierno. No es lo mismo si no hay chicos malos. Echas de menos. Tu amor echa de menos que le sean infiel. Necesitas un loco otra vez en tu vida. Que te dé la vuelta a la tortilla en el aire. Igual que te las da a ti en los paseos. Que te llene, cómo las botellas de agua. Aunque sea a medias. Que te quiera o no, da igual, lo importante es lo que tú sientas. E inmolarte como una puta kamikaze en el mejor dolor que existe. En la misión más peligrosa y atractiva de todas, la de buscar a la mariposa de Vietnam que llene tu vida de 24 horas de micro-momentos de felicidad. Que te invente los recuerdos y las mil formas de explotar tus 8 sonrisas, que te enseñe la caricia que tienes al final de la linea oblicua de tu mandíbula. Y te dé los besos que guardas en las comisuras, sin candado. Que te regale bolas del mundo y se esconda debajo de tu cama. Que te escriba en la espalda las cosas que no quiere que olvides nunca. Y te ayude a leer en el braille de las caricias suaves de las yemas de sus dedos y aprender con la memoria de la piel. Que te dé todos los besos cómo si fueran el primero y rebobine una y otra vez la sensación de resurrección de la pequeña mariposa en el estomago, y el cosquilleo de su aleteo.
Entonces puedes dejarte llevar por los terremotos, como si de tu estomago a tus labios, tus brazos, tus ojos, tus piernas, tus pulmones y tu corazón hubiese la misma distancia que de aquí a Japón. Y cuando te invaden esos terremotos, esos temblores, las taquicardias, la falta de aire, los huracanes, y te inundan por dentro, solo hay un acto capaz de exponerlo para intentar mostrárselo a él. Y todos sabemos cual es. No hay lenguaje más elocuente que el del propio cuerpo. Y no hay forma humana de parar eso que se siente. Y si la que escribe supiese de lo que habla, tal vez todo esto sería más creíble. Tal vez no serían solo imágenes. Tal vez podríamos hablar de amores improbables. Amores de esos que todavía no existen, pero que uno se imagina todos los días. Y es que yo: soy frío si no puedo calentar mis pies en tus piernas. Soy demente sin  tus conversaciones irónicas y desvariantes. Soy enferma sin un beso de buenas noches. Soy tatuadora si tú me lo pides, y dibujo los ángeles que quieras rodeándote las caderas, usando tinta o saliva, siempre lo que tú prefieras. Soy eddin para escribirte poemas de amor en la espalda. Soy insomne si no duermo contigo. Soy una adicta atormentada por el mono si estamos más de seis horas sin hacer el amor. Soy alma pérdida si no existes. Por eso te invento. Porque sino, no existo. Y porque inventarte, me hace inmortal.

'Tú eres la razón de mi existencia: Si no te conozco no he vivido, si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido'
Luis Cernuda.