viernes, 12 de julio de 2013

Naturaleza de musa

Jura que no quiso hacerte daño,
pero tampoco dolió ver
como morías agonizando su veneno por tus venas.
No vamos a ser hipócritas,
es una cuestión de naturaleza.
Cada beso era una verdad, lo jura,
tan cierto como la misma muerte,
tan cierto como que por cada uno que daba
moría dos veces, también.
Las musas no mienten.
Pero tu sangre no quiso huir,
lo mismo que tú,
se entregó infectada de recuerdos;
pensando en algún tiempo pasado
que pudo ser mejor,
sin entender que fue,
que los verbos conjugados en pretérito
no vuelven a dejarse suceder.
Que si segundas partes nunca fueron buenas,
hablar de terceras es una locura
de suicidas.
Quería coger tu mano en todos los pasos de cebra,
pero no iba a poder controlar las ganas
de besarte justo en mitad de la carretera,
y tampoco dejaría que corrieses a salvarte
al otro lado de la calle.
El semáforo se puso en rojo y
tú fuiste el kamikaze más valiente de la ciudad,
te enamoraste de la velocidad de sus respuestas
y no hiciste caso a nada más,
no cabe imaginar un beso más peligroso.
Volar tan rápido y tan alto garantiza una caída rápida y fea.
La muerte persigue al poeta como el poeta a la musa,
pero una mujer enamorada es mucho más peligrosa,
y tu musa, que bien lo sabía,
te puso mil veces delante de ella.
Y como buen poeta,
te dejaste vencer,
te entregaste al veneno,
y no escribiste ningún final.
Yo también pienso que es inevitable que los finales sucedan,
pero si podemos evitar escribirlos,
mejor contar besos antes que abandonos.

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