domingo, 28 de julio de 2013

-Solo ida, por favor-

A un vistazo del próximo vuelco,
a un traspié de la próxima herida,
a dos plazos de saldar la deuda:
un alma por una memoria nueva.

Pacto a fuego lento.
Firmo contratos sobre mi piel,
adivina con quién.

A dos minutos de claudicar
por antojo,
empiezo a entender que para ser libre,
a veces hay que darse por vencido.
Y así fui para ti la tercera oportunidad
ahogada.
Y firmé, también, mi sentencia.

Con todo mi mundo ardiendo,
busco resurgir,
al lado de tus cenizas,
viendo como todavía te quemas un poco,
y pensando en buscar otra cerilla.
Una mujer enamorada es peligrosa,
pero una mujer herida sabe inventar infiernos.

Jamás encontré en ti lo que buscaba
y puse un velo delante de todas tus faltas;
jamás volé tan torpe alrededor de alguien,
ni había perdido nunca tanto el sentido de 'contigo'.
Descubrí que el resto del mundo
daba la mano mejor que tú.
Si se te sueltan los dedos,
no hay que fiarse.
Pero eso solo se aprende cayendo,
cuando duele menos el golpe,
y más que te hayan soltado.

Huye en dirección contraría,
y no pises jamás tus huellas,
que para los cobardes como tú,
trae mala suerte.
Y dile de mi parte al mar que la deuda está saldada,
que no volveré a encontrar parecidos,
ni a contarlos.



viernes, 12 de julio de 2013

Naturaleza de musa

Jura que no quiso hacerte daño,
pero tampoco dolió ver
como morías agonizando su veneno por tus venas.
No vamos a ser hipócritas,
es una cuestión de naturaleza.
Cada beso era una verdad, lo jura,
tan cierto como la misma muerte,
tan cierto como que por cada uno que daba
moría dos veces, también.
Las musas no mienten.
Pero tu sangre no quiso huir,
lo mismo que tú,
se entregó infectada de recuerdos;
pensando en algún tiempo pasado
que pudo ser mejor,
sin entender que fue,
que los verbos conjugados en pretérito
no vuelven a dejarse suceder.
Que si segundas partes nunca fueron buenas,
hablar de terceras es una locura
de suicidas.
Quería coger tu mano en todos los pasos de cebra,
pero no iba a poder controlar las ganas
de besarte justo en mitad de la carretera,
y tampoco dejaría que corrieses a salvarte
al otro lado de la calle.
El semáforo se puso en rojo y
tú fuiste el kamikaze más valiente de la ciudad,
te enamoraste de la velocidad de sus respuestas
y no hiciste caso a nada más,
no cabe imaginar un beso más peligroso.
Volar tan rápido y tan alto garantiza una caída rápida y fea.
La muerte persigue al poeta como el poeta a la musa,
pero una mujer enamorada es mucho más peligrosa,
y tu musa, que bien lo sabía,
te puso mil veces delante de ella.
Y como buen poeta,
te dejaste vencer,
te entregaste al veneno,
y no escribiste ningún final.
Yo también pienso que es inevitable que los finales sucedan,
pero si podemos evitar escribirlos,
mejor contar besos antes que abandonos.