Por lo menos puedes estar seguro de que aunque no te quiera, no te olvido. Siempre que busco refugio en una piel, evoco la tuya, morena, con tus lunares, cicatrices y detalles. Tal vez mi memoria no guarde tus momentos o aquella vez que tú dijiste aquello y yo me reí por lo otro, pero tus detalles siguen refugiados en ese rincón que tanto te resistes a desocupar.
Quizás es porque nuestros latidos siguen entendiendose con el mismo código morse que usaban antaño cuando eramos tan inexpertos y nuestros corazones gritaban tanto, cuando latían a la vez.
O que quedo tan desempolvada cuando sin remedio me toca hacer limpieza a fondo, cada vez que me abren cual reliquia después de tanto tiempo, que solo tú me llenas los sueños de polvo(s). Siempre supimos ser a la perfección, dos cuerpos buscando estrangularse. Aunque sigamos con nuestro eterno "cuando tu vas yo vengo"... ¿recuerdas lo bien que encaja tu mandíbula en mi cuello?
No quería aceptarlo, pero he tenido tantas ocasiones de comprobar lo que me pasa por dentro cada vez que me rozas, que si sigo negandolo terminaré cayendo en la mentira más tonta, la mía. Te encantaría leer esto, disfrutas cuando reconozco que me equivoco.
Pero da igual, porque me muero de impaciencia y sé que tú, que estás siempre sin estar del todo, no vas a investigar si alguna vez te escribí en aquellas letras semisecretas. Puedo asegurarte que esta no es la primera. Aunque también debo admitir que han sido pocas. Fue demasiado el tiempo en que te odié.
Sé que no será bueno a largo plazo para los dos revivir un recuerdo, para mi es pasado pisado, para ti, un presente en el que se te olvidó conjugar el verbo amar y ninguna de sus connotaciones se acuerda de ti, y sin embargo no puedes evitar apetecerme.
Me apetece todo de ti.
Me apeteces como mi helado de limón y vainilla en invierno, o los gofres con chocolate caliente en verano. Me apeteces a destiempo, como siempre.
No sé si llegaste a entender nunca, que cada uno de mis mordiscos se dirigían a tu yugular embriagados de una demencia dominada por la idea de comprobar a qué sabes. El alcohol y el humo de tus besos mezclados con ese chocolate... eres un postre delicioso, aunque empalagues.